EL OTOÑO DE SUS VIDAS

Recién salidos de la estación veraniega, y con los calores de agosto aún pegados a la piel. Me acerqué por aquellos parajes, por donde había circulado tantas veces a lo largo de mi corta, pero muy dilatada vida.
Me costó bastante reconocer, aquellos caminos en los que la maleza se había extendido formando tramos por los que se hacía difícil transitar.
Se notaba a la legua que, por allí no se había acercado un ser humano en muchas décadas.
No me lo pensé, y armada de un valor inusual, más propiciado por la curiosidad que por la necesidad de hacerme con una propiedad que apenas ya reconocía.
Las hojas desprendidas de los árboles, formaban un alfombrado con el que se amortiguaban mis pisadas, pero que al mismo tiempo dificultaba la visión de una minúscula trampilla, a la que había de acceder casi que a tientas. Luego metería la mano por la pequeña oquedad que se me mostraba, y tanteando arrimada a la pared, una llave de considerables dimensiones. (Tal como las de uso en todas las viviendas de su época)
Me permitiría el acceso al interior.
Allí fue donde encontré el pequeño cofre, apoyado en un rincón de la estancia principal, como si estuviera esperando el retorno de su dueña.
Lo abrí con todo el sigilo del que fui capaz, llevada por la intriga y por un exceso de curiosidad que ya empezaba a desbordarme.
Unas hojas de papel, ya de color amarillento se abrieron ante mis ojos. Una lágrima indolente pugnaba por escaparse de mis pupilas, la emoción pugnaba por aparecer y desbordarme. El romanticismo se palpaba en cada una de las silabas plasmadas en esas hojas, ya marchitas por el paso del tiempo.

-ERA LA DECLARACIÓN DE AMOR, QUE JAMÁS HABÍA LEÍDO-
Cada noche, cuando mis párpados ya no aguantan más, y la luz del flexor se empieza a volver de un dorado intenso. — Me repito una y otra vez.
—No, no volverá, no volverá, esta vez no volverá.
Después de la magistral bronca de este mediodía, imposible que quiera hacer un retroceso.
¡Ay como olvidarle! Si aún me huelo la piel y me estremezco. Si aún me tiemblan… esas zonas por las que discurría el amor, al ritmo de miles de invocaciones.
Como olvidar que fui princesa, guerrera y amazona, cabalgando en noches de plata sobre mi propia libertad.
No podría olvidar sus manos expertas trazando curvas, subiendo a la caverna que se esconde en el monte de Venus y deslizarse en el tobogán de los deseos.
Solo han pasado unos días y… ya le extraño. Cuando pasen más, me dolerá si no puedo recordarle en el ímpetu de sus acometidas, su sonrisa de pícaro, y esas perlas de sudor que afloraban en su cabeza de Senador romano. — así es, como me gusta llamarle.
Pasará el tiempo y mis deseos seguirán intactos, esperando que algún día decidas volver. Pasarán las estaciones por la inercia del ciclo de la vida, y mi amor por ti seguirá guardado debajo de esa alfombra de hojas que, como cada año nos regala el otoño.

© Paquita Caparrós