Cómo un recuerdo, se quedó absorto y ni una mirada ni un suspiro ni un demasiado, cada vez qué le echaba la vista encima sentía un no sé qué, que sin decir nada, parecía se entendían.

Solo al principio y entre medias ocurrían esas cosas, luego más tarde, desapareció de la faz de sus almas, ese amor que todo lo puede y nada lo vence, siendo lo más extraordinario de aquellos días vividos al unísono.

En medio de la nada, salía y su mirada lo decía todo, más pasó algo que le dolió tanto, qué al final, le dio el dos automático, y de repente, dejaron de sentirse.

Ya nada, les unía, él dejó de ser la principal razón de su vida.

Nunca prometiéronse nada, algo había en el ambiente que los unía y no les dejaba ver más allá de ellos mismos.

Hasta que alguien se interpuso y lo fastidió todo, las promesas de unos instantes, rompieron ese hipo que había y qué subsistía a todas las razones del vivir y no morir.

Al cabo de los meses quiso volver, al no hablar, no lo hicieron, pero al menor mensaje que ella dejaba, él acudía más rápido que un duendecillo veloz. Se veían, compartían muchas cosas, pero, todo había cambiado ya… No había ese halo que les enamoró, se había perdido lo más esencial, y tan solo, por una cabeza loca, que se interpuso en el medio.

Se cruzaban todos los días, y no se decían nunca nada, no hubo reproches exactos, pero sí hubo bofetadas a manos llenas, no de hecho, sí de pensamiento y de zancadillas.

Repasábanse los lados y los contornos, y ni una mirada y ni tan siquiera un hola, la desconfianza hizo tanta mella, qué los años pasaron y dejaron esa huella invisible, como si fuese un velo transparente, qué a pesar del tiempo, corría su velocímetro indiscutible. Todo quedó y nada permaneció. Solo el tiempo quiso unir fuerzas, pero no cariño, eso nunca volvió a existir, hasta muchos años pasados…

Ellos y su amor, volvió a resurgir con ese tiempo, que oro lleva en sus puntillas pausadas, aunque desconfianzas quedaron, se logró un acercamiento, más años después, por las desconfianzas habidas… volviéronse a distanciar y ya no hubo nada que su unión de cariños melosos pudiera curar, y ni el tiempo hizo caso de todos esos problemas que surgieron por un desliz fortuito y mal acondicionado.

Cada vez que lo veía, es cómo ver a un enemigo que aprovecha las mínimas cosas para dañar… y se separaba cómo alma que el diablo llevaba en sus alforjas. Tanto daño la hizo, qué al final, por mucho que él quisiera tener un acercamiento, ella se distanciaba más y más, hasta que llegó el gran final.

La distancia era de tal magnitud, que estando casi al lado, no se veían y ni tan siquiera se sentían cómo lo hacían antaño.

Amores que duele y matan, dañan corazones por una química que rompió moldes casi iguales, pero la desconfianza puso el freno a los siguientes posibles encuentros.

Nunca más se volvieron a encontrar, ahí quedó en un olvido circunstancial…

© Mia Pemán