Samhain

Ese y no otro, era el corto, pero a la vez contundente mensaje que aquellos jovenzuelos repetían una y otra vez, yendo de casa en casa en su barrio de a diario; incansables ellos de puerta en puerta, tratando de obtener algunos aguinaldos extras, que acto seguido guardaban con cariño en sus cestillas en forma de calabaza de pequeño tamaño con las que se hacían acompañar en el recorrido. Para luego, avanzada la noche y hecho el recuento correspondiente, reunirse el grupo de amigos y compartir todos, entre escenificaciones varias y carcajadas de alto calibre, algunos de los pequeños dulces obtenidos y otros añadidos más, en una pequeña fiesta en la casa de alguno de ellos.

Fiesta que habían estado preparando durante algunos días anteriores. Discutiendo sobre todo las pequeñas travesuras de escaso monto y perfil bajo con las que “deleitarían” a aquellos vecinos que no accediesen de buen grado al “trato” que ellos les proponían.
Todo como un juego en sí, pues las travesuras no tenían más objeto que, apoyándose en la tradición del momento, pasar un rato agradable. Era la costumbre recién importada del exterior y no querían dejar pasar de largo la fecha para ponerla en práctica. Máxime cuando veían que obtenían algún beneficio extra para compartir entre ellos graciablemente; y que los días anteriores, buscando los disfraces para la ocasión se lo habían pasado fenomenal y se habían reído hasta la saciedad.

Y así, entre idas y venidas de acá para allá, llamando a cada una de las puertas y repitiendo una y otra vez la frase de “marras”, pasaron la tarde; poniendo todo su pensamiento en la famosa noche de Halloween que estaba por llegar.
Para aquel pequeño grupo de chavales –amigos y vecinos a un tiempo-, aquél era su primer año ejerciendo de protagonistas directos de la pequeña aventura; pues en ocasiones anteriores lo habían hecho formando parte de otro grupo mucho más numeroso y, por lo tanto, menos participativo de manera directa.

Sus disfraces habían sido pensados a condición y resultaban irreconocibles a la contemplación de sus vecinos. Por eso, de incógnito, podrían aplicar mejor sus pequeñas travesuras a quienes se lo mereciesen; porque así rezaba la tradición y para nada pensaban en retirarse de ella.

De pronto, al hacer sonar el timbre de una de las casas, la persona que salió a recibirlos fue una linda muchachita de su misma edad, apenas disfrazada más que en cuanto a la ropa que vestía, pero dejando al descubierto su rostro, por lo que para Carlos, uno de los amigos del grupo, no le fue difícil descubrir en aquella figura a Laura, una jovencita de su mismo Instituto, con la que coincidía en muchas ocasiones y de la que reconocía andaba prendado, aunque nunca se lo hubiese insinuado.

Y pensó rápido, como ella no me reconoce, tendré la oportunidad de poder acercarme a ella de una manera fácil.

Tras pronunciar la frase de rigor de la noche, y sin apenas darle tiempo a la muchacha de reaccionar, a una señal de Carlos, pusieron en marcha su travesura, y comenzaron a llenar el jardín de rollos de papel higiénico que, extendidos en una y otra dirección pronto cubrieron la superficie de aquél, también espuma de colores y confeti variado esparcido a discreción, ante la sonrisa de ella por la sorpresa y las grandes carcajadas de los amigos.

Otro gesto de Carlos sirvió para que sus amigos saliesen raudos del lugar, quedándose sólo él cara a cara con la joven, a la que prometió ayudarle a continuación a limpiar el jardín de tamaña invasión de inmundicia. A lo que ella no supo responder más que con un ligero movimiento de hombros y una prolongada sonrisa; mientras, eso sí, sacando su mano del bolsillo de su vestido, dejó caer en la cestilla de Carlos un gran puñado de caramelos… A lo que éste respondió con otro movimiento de hombros, una amplia carcajada y un ¡gracias! sonoro en medio del jardín; descubriéndose el rostro a continuación, ante la sorpresa de ella…

Una vez finalizada la tarea de limpieza del jardín, ella depositó un sonoro beso en la mejilla de él, quien no dudó en corresponder igualmente al gesto. Y sentados en la escalera de acceso a la casa, iniciaron una animada conversación…; mientras a lo lejos seguía escuchándose el rutinario eco del repetitivo “truco o trato” de sus amigos.

© J. Javier Terán